El dinosaurio ya estaba allí
Sí, claro, por supuesto. A todos nos encanta Parque Jurásico. Estamos hablando de una novela de ciencia-ficción estupenda, así como de una película rompedora que marcaría un antes y un después en la manera en que el público veía y entendía a los dinosaurios. Generaciones de paleontólogos y dino-aficionados se han criado y formado gracias a esta saga, eso es innegable. Hasta nuestra querida asociación, Proyecto Nublar, bebe desde su misma concepción del universo surgido de las páginas escritas por Michael Crichton.
Pero hoy, acercándonos al segundo aniversario de Proyecto Nublar y tras la celebración de la Primera Edición de la DinoCon, me gustaría escribir unas palabras como Miembro Honorífico de la asociación (¡muchas gracias, chicos!) para poner el foco en muchas otras piezas de la cultura popular que también merecen nuestra atención y reconocimiento. Porque antes, mucho antes de Parque Jurásico, el dinosaurio ya estaba allí.
Antes de Blue, de Rexy y de Bumpy, teníamos ya a los icónicos Sinclair, con Earl y Francine lidiando con la crianza de sus tres hijos, los adolescentes Robbie y Charlene y el irreverente Peque. Teníamos también el pequeño Piecito, que tendría que afrontar la temprana muerte de su madre y aprendería el valor de la amistad en su largo viaje al Gran Valle, en una historia de migraciones dinosaurianas que sería copiada mil veces en productos posteriores. Teníamos al alegre Barney, de chillones colores y alegres canciones; teníamos a los malvados Tyrannos enfrentándose al valiente escuadrón de los Dinosaucers; teníamos además a Denver, el último dinosaurio y, de manera prácticamente simultánea, también a los Dino Raiders. Antes incluso teníamos a Dino, la emblemática mascota de los aún más emblemáticos Picapiedra; teníamos grandes manadas de dinosaurios enfrentándose a la extinción al ritmo de Stravinsky en “Fantasía” y, todavía antes, teníamos a Gertie, la brontosauria, el primero estos animales en aparecer en forma de dibujo animado.
Antes del ADN preservado en ámbar, de Isla Nublar y de Isla Sorna, teníamos una secreta leyenda en el corazón de África que respondía al nombre de Baby. Teníamos a Raquel Welch siendo perseguida por antediluvianas criaturas hace un millón de años, teníamos una tierra olvidada por el tiempo y teníamos al malvado Gwangi haciendo de las suyas en un Lejano Oeste que se parecía sospechosamente a Cuenca. Teníamos a los ficticios Rhedosaurus y Gōjira causando el caos casi a la vez en Manhattan y Tokio, respectivamente. Habíamos tenido ya a dos versiones del profesor Challenger encontrando un mundo perdido en la gran pantalla, de la misma manera que habíamos visto también morir dos veces a King Kong, aunque solo una de las encarnaciones del simio gigante se enfrentara a dinosaurios.
Antes de Alan Grant, de John Hammond, de Ellie Sattler y de Claire Dearing teníamos a Turok, el joven cazador, tan valiente como Ka-Zar, el Señor de la Tierra Salvaje. También allí teníamos al pérfido Sauron, que pudiendo curar el cáncer prefería convertir a la gente en dinosaurios, y pululando por el mismo universo teníamos a un enorme tiranosaurio rojo que respondía al nombre de Devil Dinosaur. En otro multiverso superheroico, así como en otra editorial rival, teníamos a dinosaurios sobreviviendo en Dinosaur Island, Skartaris, Maple White Land y Atlantis. Cómo olvidar que teníamos además al pequeño Gon, que acabaría dando el salto al mundo de los videojuegos.
Y si hablamos de videojuegos, el dinosaurio también estaba allí antes de que “la vida se abriera camino” en las consolas. Teníamos al dinosaurio rosa Boomer y teníamos a Joe y Mac, los cavernícolas ninja. Teníamos también a Yoshi, el inseparable compañero del fontanero más famoso del mundo. Y, sobre todo, teníamos la oportunidad de conducir nuestro flamante Cadillac entre tiranosaurios y raptores a golpe de joystick gracias a la adaptación para recreativas de los cómics “Xenozoic Tales”, publicados por primera vez en 1987.
Antes del maravilloso arte conceptual de Carsh McCreey y los alucinantes animatrónicos de Stan Winston teníamos las preciosas ilustraciones de Greg Paul, Mark Hallet, John Sibbick, Douglas Henderson, Ely Kish y John Gurche. Teníamos los dinámicos dibujos de Robert Bakker, máximo exponente de la Dinosaur Renaissance y cuyo libro era “mucho más gordo que el suyo”. Teníamos también las mágicas pinturas de Zdeněk Burian, de Rudolph Zallinger y Charles Knight. Teníamos las realistas esculturas de Stephen Czerkas y el fantástico stop-motion de Tippet, Harryhausen y O’Brien. Muchas décadas antes teníamos las exposiciones de Benjamin Waterhouse Hawkins, a quien debemos las bestias del Crystal Palace y una cena de Navidad en 1853 junto a Iguanodon. La dinomanía ya existía en el siglo XIX.
Antes de que Crichton escribiera sobre la rivalidad entre InGen y BioSyn y nos hiciera confundir a gigantescos saurópodos con troncos de árboles, ya teníamos Edén, la ucronía reptiliana de Harry Harrison. Teníamos el catastrófico efecto mariposa de Bradbury, desencadenado al salirte del sendero marcado cuando ibas a matar un tiranosaurio, y teníamos el famoso microrrelato de Augusto Monterroso. Teníamos a fieros dinosaurios luchando contra Tarzán en lo más profundo de la selva, y los teníamos también en las ocultas tierras de Pellucidar y Caprona, todo ello gracias a la pluma de Burroughs. Teníamos al creador de Sherlock Holmes narrando las peripecias de un grupo de aventureros en una alta meseta en medio del Amazonas, igual que antes incluso habíamos tenido al gran Julio Verne mostrándonos a las prehistóricas criaturas que habitaban en el centro de la Tierra.
Sé que me dejo en el tintero decenas de ejemplos, y que podríamos seguir alargando esta lista durante horas. Podríamos hablar de juguetes, de documentales, de publicidad, de museos y exposiciones, de libros divulgativos, de dinosauroides, de paleontológos y paleontólogas, de expediciones a los confines del mundo, de mitos y leyendas. E incluso así no sería suficiente. Porque antes, mucho antes de todo eso, el dinosaurio ya estaba allí.
Antes de que descubriéramos el fuego el dinosaurio ya estaba allí, como ya lo estaba antes de que el primer humano anatómicamente moderno apareciera en el planeta. Cuando los primeros homínidos surgieron en el Viejo Mundo el dinosaurio ya estaba allí, y antes de eso, cuando los primates comenzaron su andadura evolutiva, el dinosaurio también estaba allí. Qué diablos, el dinosaurio estaba ya allí antes de que los primeros mamíferos asomaran siquiera su pequeño hocico. El dinosaurio, los dinosaurios, animales una vez reales que hoy inspiran las bestias draconianas que pululan por películas y videojuegos, estaban ya en la Tierra hace más de 200 millones de años.
Mira por tu ventana. El dinosaurio todavía está ahí. Está ahí, sí, observándote con esos ojos de gorrión, de paloma, de urraca, de gaviota. En la actualidad el número de especies de aves, los últimos representantes del poderoso linaje de los dinosaurios, supera ampliamente al de mamíferos. Quizás no somos conscientes, pero sigue siendo su mundo.
Welcome to Dinosaur World.
Por Carlos de Miguel Chaves
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